martes, 30 de noviembre de 2010

La iniciación - LA ILUMINACION





   La iluminación es el resultado de ejercicios preparatorios muy sencillos.  En este caso también, se trata de apelar a determinados pensamientos y sentimientos que dormitan en el hombre, en estado latente, y que deben ser despertados.  Pero, al igual que en todo los tramos de la vida espiritual, solamente quien realiza esos ejercicios con una paciencia rigurosa y una perseverancia total puede desembocar en la percepción de la luz interior.
   Los primeros pasos consisten en observar de una manera muy particular ciertos fenómenos y ciertos seres naturales; por ejemplo, un cristal transparente bellamente pulimentado, a continuación una planta, después un animal....  Se puede comenzar por ejemplo por concentrar toda la atención en la comparación de la piedra con el animal de la manera que se va a describir a continuación.
   Los pensamientos indicados aquí deben apoderarse de toda el alma, acompañándose de sentimientos muy vivos.  Ningún otro pensamiento, ningún otro sentimiento debe mezclarse con ellos ni perturbar la intensidad de la observación.  Hay que decirse a uno mismo algo como esto: “La piedra tiene una forma.  El animal también tiene una forma.  La piedra permanece inmóvil en su sitio.  El animal cambia de sitio.  Es el deseo, el instinto el que impulsa al animal a cambiar de sitio, y es también a la satisfacción de sus instintos a lo que sirve la forma del animal; en efecto, los órganos y los miembros que le sirven de instrumento están conformados de acuerdo con esos instintos por el deseo, mientras que la forma de la piedra es la resultante de unas fuerzas de las que no forma parte ningún deseo”. *
   Si uno se sumerge intensamente en estos pensamientos y, al hacerlo, considera la piedra y el animal con una atención sostenida, surgen en el alma dos clases de sentimientos muy diferentes: el primero inspirado por la piedra, el segundo inspirado por el animal.  Naturalmente, la cosa no resultará exitosa desde el principio, sino poco a poco, mediante ejercicios muy pacientes y constantes; es la única forma de que esos dos sentimientos se aclimaten en el alma.  Para ello, insisto, sólo es preciso continuar el ejercicio sin relajarse, concentrado completamente toda la atención.  Al principio, estos sentimientos no se mantienen más que el tiempo que dura la observación; más tarde, subsisten más allá de esta duración, y finalmente podríamos decir que se instalan, que toman un camino en el que persistirán.  Cuando se logra esto, en adelante ya solamente hace falta recordarlos para que estos dos sentimientos crezcan, inclusive sin el auxilio de la observación aplicada a un objeto exterior.  De estos sentimientos y de los pensamientos ligados a ellos nace lo que podríamos llamar “órganos de la clarividencia”.
   Si a esta observación se añade la de la planta, se constata entonces que el sentimiento que inspira, tanto por su naturaleza como por su grado de intensidad, se mantiene en el término medio entre el sentimiento que hace nacer la piedra y el que provoca el animal.
   Los órganos que se forman de esta manera son los “ojos espirituales”. Progresivamente, se aprende a percibir a su través los colores del mundo del alma y del mundo del espíritu.
   Mientras que solamente se ha asimilado lo que ha sido descrito para la “preparación”, el mundo espiritual, sus líneas y sus figuras permanecen obscuras.  Mediante la iluminación, ese mundo se aclara; sus líneas y figuras se tornan nítidas.  Pero también en este caso, hagamos notar que las palabras “claro” y “oscuro”, al igual que las demás expresiones que hemos empleado, no expresan nuestro pensamiento más que aproximadamente.  Desde el momento en que no hay más remedio que servirse del lenguaje común, no podía lógicamente ser de otra manera.  Porque nuestro lenguaje corriente sólo está hecho para describir las condiciones físicas.
   La ciencia secreta califica de “azul” o “azul rojizo” los rayos que los órganos de la clarividencia ven irradiar de la piedra, y de “rojo” o “rojo amarillento”, lo que se percibe como emanante del animal.
   En realidad, los colores percibidos de esta forma son de “naturaleza espiritual”.  El que surge de la planta es “verde”, de un verde que progresivamente tiende hacia un color claro, rojo rosado, etérico.  Porque, de todos los seres vivientes, la planta es el único que, en los mundos superiores, recuerda en su forma el aspecto que tiene en el mundo físico.  Algo muy distinto a lo que ocurre en el caso de la piedra o del animal.
   Pero es necesario que se comprenda bien que los colores indicados aquí designan simplemente el matiz fundamental de los reinos mineral, animal y vegetal.  En realidad, todos los matices intermedios existen también.  Cada piedra, cada planta, cada animal posee su color particular, su color propio, dentro de la coloración de su reino.  Por otra parte, los seres de los mundos superiores, que no revisten jamás de un cuerpo físico, tienen también unos colores a menudo admirables, aunque también, en ocasiones, feos, horripilantes.  De hecho, en estos mundos superiores, la riqueza de colorido es infinitamente más variada que en el mundo físico.
   Si el hombre ha podido llegar a adquirir la facultad de ver con “los ojos del espíritu”, más pronto o más tarde se encuentra con seres, los unos más altos, los otros más bajos que él, que no penetran jamás en la realidad física.
   Cuando llega a este punto, muchas rutas se abren ante él.  Pero no se debe aconsejar a nadie ir más lejos sin observar atentamente lo que dice el investigador espiritual, esto es, lo que él ha prescrito y enseñado.  Inclusive para los ejercicios precedentes, esta dirección esclarecedora resulta excelente; y si el investigador tiene en sí la fuerza y la tenacidad suficiente para franquear los primeros grados de la iluminación, no dejará de encontrar la dirección apropiada.
   En todo caso, se hace completamente necesario tomar una precaución, y quién no quiera tomarla hará mejor en renunciar a todo tipo de progresión dentro del ocultismo.  Quien quiera de verdad comprometerse en esta vía no debe en modo alguno perder sus cualidades de nobleza, de bondad y de sensibilidad con respecto a todas las realidades físicas.  Todavía más: su fuerza moral, su pureza interior, sus facultades de observación deben no sólo mantenerse, sino crecer en el curso del aprendizaje de lo oculto.
   Por ejemplo, durante los primeros ejercicios de iluminación, debe tener cuidado, vigilar atentamente para procurar desarrollar por todos los medios su compasión y su simpatía hacia los animales y los hombres, su sentido de las bellezas de la naturaleza.  Si no tuviera cuidado de hacer esto, sus sentimientos podrían extinguirse, su sentido de la belleza embotarse, perdiendo facultades bajo la acción de estos ejercicios.  Su corazón se endurecerá, su sensibilidad se bloqueará, y de ello le pueden sobrevenir consecuencias lamentables.
   ¿Cómo se presenta la iluminación cuando se le eleva a través de la piedra, la planta y el animal hasta el hombre?  Después de la iluminación, ¿cómo se va a cumplir la comunión del alma con el mundo espiritual y, a través de todos los obstáculos, desembocar en la iniciación?  Esto es lo que vamos a exponer a continuación en la medida de lo posible.
   En nuestra época, muchas personas buscan el camino de la ciencia secreta, pero lo llevan a cabo de diversas maneras; y es el caso que muchos recurren a procedimientos peligrosos e inclusive reprensibles.  Es por esto precisamente por lo que aquellos que están seguros de poseer la verdad en este dominio deben ofrecer a los demás la posibilidad de conocer determinados rasgos de la disciplina oculta.
   Por nuestra parte, no vamos a hablar aquí de tema más que dentro de los límites de esta posibilidad; pero es necesario que alguna parte de la verdad sea revelada, para que el error no llegue a causar demasiados estragos.
   El lector puede estar seguro de que, a través de los medios que indicamos aquí, nadie puede sufrir el menor daño, si no intenta, sobre todo, forzar las cosas.
   Pero hagamos notar muy claramente por otra parte, que nadie debe consagrar a los ejercicios más tiempo ni más fuerzas de las que sus deberes y la situación que ocupa en la vida pongan a su disposición.  Nadie debe, por el hecho de estar siguiendo el sendero, cambiar por el momento su vida; ni siquiera en el más insignificante de sus rasgos o características.  Si se persiguen resultados serios, basta con que paciencia, ser capaz, después de unos minutos de aplicación, de interrumpir el ejercicio y volver tranquilamente a su trabajo acostumbrado.  Es más: hay que tener buen cuidado de no mezclar ni siquiera el pensamiento, el recuerdo de los ejercicios con ese trabajo ordinario.  El que no haya aprendido a esperar, en el mejor y más elevado sentido de la palabra, es que no vale para el entrenamiento y, por consiguiente, no alcanzará jamás resultados de valor apreciable.
En lo que concerniente a la contemplación de un cristal, el ejercicio aquí descrito es interpretado completamente del revés, por aquellos que no conocen más que el lado exterior (exotérico) de las cosas.  Estas malas interpretaciones son las que han dado lugar a prácticas poco serias como la “lectura en una bola de cristal”, que evidentemente reposa sobre un malentendido.  Hay muchas obras donde se encuentran descripciones de este tipo de “lecturas”, a las que se da un valor extraordinario.  Hay que decir claramente que este tipo de prácticas no puede constituir el objeto de una verdadera enseñanza esotérica.

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