martes, 30 de noviembre de 2010

La iniciación - LA ILUMINACION





   La iluminación es el resultado de ejercicios preparatorios muy sencillos.  En este caso también, se trata de apelar a determinados pensamientos y sentimientos que dormitan en el hombre, en estado latente, y que deben ser despertados.  Pero, al igual que en todo los tramos de la vida espiritual, solamente quien realiza esos ejercicios con una paciencia rigurosa y una perseverancia total puede desembocar en la percepción de la luz interior.
   Los primeros pasos consisten en observar de una manera muy particular ciertos fenómenos y ciertos seres naturales; por ejemplo, un cristal transparente bellamente pulimentado, a continuación una planta, después un animal....  Se puede comenzar por ejemplo por concentrar toda la atención en la comparación de la piedra con el animal de la manera que se va a describir a continuación.
   Los pensamientos indicados aquí deben apoderarse de toda el alma, acompañándose de sentimientos muy vivos.  Ningún otro pensamiento, ningún otro sentimiento debe mezclarse con ellos ni perturbar la intensidad de la observación.  Hay que decirse a uno mismo algo como esto: “La piedra tiene una forma.  El animal también tiene una forma.  La piedra permanece inmóvil en su sitio.  El animal cambia de sitio.  Es el deseo, el instinto el que impulsa al animal a cambiar de sitio, y es también a la satisfacción de sus instintos a lo que sirve la forma del animal; en efecto, los órganos y los miembros que le sirven de instrumento están conformados de acuerdo con esos instintos por el deseo, mientras que la forma de la piedra es la resultante de unas fuerzas de las que no forma parte ningún deseo”. *
   Si uno se sumerge intensamente en estos pensamientos y, al hacerlo, considera la piedra y el animal con una atención sostenida, surgen en el alma dos clases de sentimientos muy diferentes: el primero inspirado por la piedra, el segundo inspirado por el animal.  Naturalmente, la cosa no resultará exitosa desde el principio, sino poco a poco, mediante ejercicios muy pacientes y constantes; es la única forma de que esos dos sentimientos se aclimaten en el alma.  Para ello, insisto, sólo es preciso continuar el ejercicio sin relajarse, concentrado completamente toda la atención.  Al principio, estos sentimientos no se mantienen más que el tiempo que dura la observación; más tarde, subsisten más allá de esta duración, y finalmente podríamos decir que se instalan, que toman un camino en el que persistirán.  Cuando se logra esto, en adelante ya solamente hace falta recordarlos para que estos dos sentimientos crezcan, inclusive sin el auxilio de la observación aplicada a un objeto exterior.  De estos sentimientos y de los pensamientos ligados a ellos nace lo que podríamos llamar “órganos de la clarividencia”.
   Si a esta observación se añade la de la planta, se constata entonces que el sentimiento que inspira, tanto por su naturaleza como por su grado de intensidad, se mantiene en el término medio entre el sentimiento que hace nacer la piedra y el que provoca el animal.
   Los órganos que se forman de esta manera son los “ojos espirituales”. Progresivamente, se aprende a percibir a su través los colores del mundo del alma y del mundo del espíritu.
   Mientras que solamente se ha asimilado lo que ha sido descrito para la “preparación”, el mundo espiritual, sus líneas y sus figuras permanecen obscuras.  Mediante la iluminación, ese mundo se aclara; sus líneas y figuras se tornan nítidas.  Pero también en este caso, hagamos notar que las palabras “claro” y “oscuro”, al igual que las demás expresiones que hemos empleado, no expresan nuestro pensamiento más que aproximadamente.  Desde el momento en que no hay más remedio que servirse del lenguaje común, no podía lógicamente ser de otra manera.  Porque nuestro lenguaje corriente sólo está hecho para describir las condiciones físicas.
   La ciencia secreta califica de “azul” o “azul rojizo” los rayos que los órganos de la clarividencia ven irradiar de la piedra, y de “rojo” o “rojo amarillento”, lo que se percibe como emanante del animal.
   En realidad, los colores percibidos de esta forma son de “naturaleza espiritual”.  El que surge de la planta es “verde”, de un verde que progresivamente tiende hacia un color claro, rojo rosado, etérico.  Porque, de todos los seres vivientes, la planta es el único que, en los mundos superiores, recuerda en su forma el aspecto que tiene en el mundo físico.  Algo muy distinto a lo que ocurre en el caso de la piedra o del animal.
   Pero es necesario que se comprenda bien que los colores indicados aquí designan simplemente el matiz fundamental de los reinos mineral, animal y vegetal.  En realidad, todos los matices intermedios existen también.  Cada piedra, cada planta, cada animal posee su color particular, su color propio, dentro de la coloración de su reino.  Por otra parte, los seres de los mundos superiores, que no revisten jamás de un cuerpo físico, tienen también unos colores a menudo admirables, aunque también, en ocasiones, feos, horripilantes.  De hecho, en estos mundos superiores, la riqueza de colorido es infinitamente más variada que en el mundo físico.
   Si el hombre ha podido llegar a adquirir la facultad de ver con “los ojos del espíritu”, más pronto o más tarde se encuentra con seres, los unos más altos, los otros más bajos que él, que no penetran jamás en la realidad física.
   Cuando llega a este punto, muchas rutas se abren ante él.  Pero no se debe aconsejar a nadie ir más lejos sin observar atentamente lo que dice el investigador espiritual, esto es, lo que él ha prescrito y enseñado.  Inclusive para los ejercicios precedentes, esta dirección esclarecedora resulta excelente; y si el investigador tiene en sí la fuerza y la tenacidad suficiente para franquear los primeros grados de la iluminación, no dejará de encontrar la dirección apropiada.
   En todo caso, se hace completamente necesario tomar una precaución, y quién no quiera tomarla hará mejor en renunciar a todo tipo de progresión dentro del ocultismo.  Quien quiera de verdad comprometerse en esta vía no debe en modo alguno perder sus cualidades de nobleza, de bondad y de sensibilidad con respecto a todas las realidades físicas.  Todavía más: su fuerza moral, su pureza interior, sus facultades de observación deben no sólo mantenerse, sino crecer en el curso del aprendizaje de lo oculto.
   Por ejemplo, durante los primeros ejercicios de iluminación, debe tener cuidado, vigilar atentamente para procurar desarrollar por todos los medios su compasión y su simpatía hacia los animales y los hombres, su sentido de las bellezas de la naturaleza.  Si no tuviera cuidado de hacer esto, sus sentimientos podrían extinguirse, su sentido de la belleza embotarse, perdiendo facultades bajo la acción de estos ejercicios.  Su corazón se endurecerá, su sensibilidad se bloqueará, y de ello le pueden sobrevenir consecuencias lamentables.
   ¿Cómo se presenta la iluminación cuando se le eleva a través de la piedra, la planta y el animal hasta el hombre?  Después de la iluminación, ¿cómo se va a cumplir la comunión del alma con el mundo espiritual y, a través de todos los obstáculos, desembocar en la iniciación?  Esto es lo que vamos a exponer a continuación en la medida de lo posible.
   En nuestra época, muchas personas buscan el camino de la ciencia secreta, pero lo llevan a cabo de diversas maneras; y es el caso que muchos recurren a procedimientos peligrosos e inclusive reprensibles.  Es por esto precisamente por lo que aquellos que están seguros de poseer la verdad en este dominio deben ofrecer a los demás la posibilidad de conocer determinados rasgos de la disciplina oculta.
   Por nuestra parte, no vamos a hablar aquí de tema más que dentro de los límites de esta posibilidad; pero es necesario que alguna parte de la verdad sea revelada, para que el error no llegue a causar demasiados estragos.
   El lector puede estar seguro de que, a través de los medios que indicamos aquí, nadie puede sufrir el menor daño, si no intenta, sobre todo, forzar las cosas.
   Pero hagamos notar muy claramente por otra parte, que nadie debe consagrar a los ejercicios más tiempo ni más fuerzas de las que sus deberes y la situación que ocupa en la vida pongan a su disposición.  Nadie debe, por el hecho de estar siguiendo el sendero, cambiar por el momento su vida; ni siquiera en el más insignificante de sus rasgos o características.  Si se persiguen resultados serios, basta con que paciencia, ser capaz, después de unos minutos de aplicación, de interrumpir el ejercicio y volver tranquilamente a su trabajo acostumbrado.  Es más: hay que tener buen cuidado de no mezclar ni siquiera el pensamiento, el recuerdo de los ejercicios con ese trabajo ordinario.  El que no haya aprendido a esperar, en el mejor y más elevado sentido de la palabra, es que no vale para el entrenamiento y, por consiguiente, no alcanzará jamás resultados de valor apreciable.
En lo que concerniente a la contemplación de un cristal, el ejercicio aquí descrito es interpretado completamente del revés, por aquellos que no conocen más que el lado exterior (exotérico) de las cosas.  Estas malas interpretaciones son las que han dado lugar a prácticas poco serias como la “lectura en una bola de cristal”, que evidentemente reposa sobre un malentendido.  Hay muchas obras donde se encuentran descripciones de este tipo de “lecturas”, a las que se da un valor extraordinario.  Hay que decir claramente que este tipo de prácticas no puede constituir el objeto de una verdadera enseñanza esotérica.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La fábula del tonto

Agradezco a Graciela por el envío del mensaje que aquí reproduzco. Lo cuelgo aquí ; no sin antes decir que me he tomado el atrevimiento de cambiar una palabra que para mí gusto estaba demasiado "grocera" lo que no le ha quitado en absoluto la escencia del mensaje; espero lo disfruten.
(Para meditar seriamente)

 Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de  personas se divertían con el tonto del pueblo, un pobre  infeliz  de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños  mandados y recibiendo limosnas.
Diariamente, algunos hombres llamaban al tonto al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño, pero de 1 peso.
  
Él siempre agarraba la más grande y menos valiosa, lo que era  motivo de risas para todos.

Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no  había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:

- Lo sé, no soy tan tonto..., vale la mitad, pero el día que escoja la  otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda.
 

Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:


 La primera:   Quien parece tonto, no siempre lo es.
 La segunda:   ¿Cuáles eran los verdaderos tontos de la
 historia?

  La tercera:   Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos

 La cuarta:    (pero la más interesante) Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. 
 

Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.
 


MORALEJA: 'El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser tonto delante de un tonto que aparenta ser    inteligente'...


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lunes, 22 de noviembre de 2010

La iniciación - LOS GRADOS DE INICIACIÓN-II






 
  Ahora bien, existen leyes semejantes en el mundo de las almas y los espíritus.  Pero allí ellas no se imponen desde el exterior, sino que deben emanar de la vida del alma.  La forma de observar esas leyes es abstenerse en todo momento de pensamientos y de sentimientos deformados.  En adelante, hay que prohibirse pues dejarse llevar por las ensoñaciones, ceder al juego de la imaginación, al capricho de los sentimientos.  No empobrecerse de ese modo la sensibilidad o, de lo contrario, se constatará que los sentimientos no se hacen lo suficientemente ricos y la imaginación no se hace verdaderamente creadora; esto sólo se consigue si se controla el curso de la vida interior.  En lugar de un sentimentalismo pueril y de arbitrarias asociaciones de ideas, surgen sentimientos llenos de sentido y pensamientos fecundos.  Estos sentimientos y estos pensamientos disciplinados permiten al hombre orientarse en el mundo espiritual.  Aprender a establecer relaciones justas entre sí mismo y las realidades del espíritu.  Esta disciplina tiene las consecuencias precisas.  Del mismo modo que, en la vida física, se encuentra el camino a través de cosas físicas, ahora debe saberse orientar entre los fenómenos de crecimiento y de marchitamiento que acaba de profundizar de la manera descrita con anterioridad.  En adelante se observara todo cuanto brota y se extingue, todo lo que florece y muere, como lo exige el propio bien del hombre y el del universo.
   El investigador debe después cultivar las relaciones con el mundo de los sonidos.  Hay que distinguir entre los sonidos debidos a objetos inanimados (un cuerpo que cae, el repicar de una campana, el sonido de un instrumento musical) y los sonidos emitidos por un ser viviente, animal y hombre.  Oír el repique de una campana es percibir únicamente el sonido y experimentar por su causa un sentimiento agradable; pero oír el grito de un animal es, además de este sentimiento, discernir también, detrás de ese sonido, la manifestación de lo que el animal siente en su interior, placer o sufrimiento.
   Es de este segundo tipo de sonidos de los que se debe ocupar el discípulo.  Debe aplicar toda su atención para recibir, de aquel sonido que oye, una información sobre un acontecimiento que ocurre fuera de él mismo; debe sumergirse en un elemento extraño; debe ligar estrechamente su sentimiento al dolor o a la alegría que ese sonido le revela, hacer abstracción de sí mismo sin buscar si para él el sonido es o no agradable, placentero o antipático.  Solamente una cosa debe ocupar al alma: lo que ocurre en el interior del ser que emite el sonido.  Mediante estos ejercicios, concebidos metódicamente, se adquiere la facultad de vibrar, por así decir, al unísono con otro ser.
   Un hombre dotado de sentido musical encontrará que este cultivo de su sensibilidad le resulta más fácil que para aquél que no lo está; pero, sobre todo, no hay que creer que el sentido musical reemplaza por sí solo la necesaria disciplina.
   El estudiante debe aprender a experimentar, a sentir de este modo la naturaleza entera.  Por este medio, siembra gérmenes nuevos en el mundo de ideas y de sus sentimientos.  La naturaleza comienza entonces a revelar sus misterios por mediación de los sonidos que expresan la vida.  Así, lo que con anterioridad no era para el alma más que un ruido ininteligible se convierte en un lenguaje pleno de sentido.  Allí donde antes no se creía percibir más que un sonido— las resonancias de los cuerpos llamados inanimados — el discípulo comienza a percibir ahora un nuevo lenguaje del alma; si se progresa en este cultivo de los sentimientos, pronto se constatará que se pueden oír determinados sonidos cuya existencia ni siquiera se había sospechado antes.  Es que se comienza a oír con el alma.
   Para aquellos que alcanzan la cima de lo que se puede obtener en este dominio, hay que añadir un nuevo progreso.  Para ellos, resulta muy importante la manera cómo escucha a los demás.  Es preciso que se acostumbren a hacerlo de tal suerte que, durante el tiempo que están escuchando a quienes les hablan, todo se calle en su interior.
   Por ejemplo, si alguien expresa una opinión y se le está escuchando, por lo general, en uno se despierta una reacción, sea de aprobación, de objeción, o de rechazo, y mucha gente se sentirá impulsada a expresar, su acuerdo, su crítica, o su total desacuerdo. Es necesario llegar a reducir al silencio tanto la expresión de asentimiento, como de refutación o de simple comentario.
   Naturalmente, no se trata de cambiar completamente y de golpe la propia manera de ser, ni de intentar continuamente hacer reinar en el fondo de sí ese perfecto silencio interior.   Hay que comenzar por observarlo en ciertos casos particulares, elegidos con discernimiento.  Después, poco a poco, esta manera de escuchar se implantará entre las costumbres de uno.
   Este ejercicio se practica metódicamente en la investigación espiritual.  Uno se obliga primero, a plazo fijo, a prestar oído atento a los pensamientos más contradictorios y a abstenerse, cuando se les está escuchando exponer, de todo juicio reprobador.  Pero, entiéndase bien: no se trata solamente —y eso es lo verdaderamente importante— el prohibirse expresar un juicio razonado; es absolutamente necesario reprimir toda impresión de disgusto, de alejamiento e inclusive de atracción.   El estudiante debe en particular observarse a sí mismo con penetración, a fin de evitar que estas tendencias, que quizá, aparentemente, han desaparecido, no persistan muy en el trasfondo del alma.   Deberá, por ejemplo, oír hablar a personas que en un cierto sentido, le son muy inferiores (en preparación cultural, en especialización sobre un determinado tema), y reprimir durante todo ese tiempo cualquier sombra de sentimiento de superioridad, de suficiencia.  En este orden de ideas, para todos resultará útil escuchar de esta manera a los niños.  Hasta el hombre más sabio puede aprender de los pequeños una inmensa lección.
   Así, el hombre llega a saber escuchar a otro con un desasimiento perfecto, un desprendimiento completo, una abstracción total de su propia persona, de su manera de ver y de sentir.
   Si de este modo se ejercita en escuchar sin espíritu crítico, entonces, aunque se exprese delante de él la opinión más contraria a la que él pueda tener sobre una determinada materia, la idea más descabellada, la hipótesis más extravagante, poco a poco aprende a fundirse enteramente con la individualidad de otro ser, a penetrar completamente dentro de él.
   A través de las palabras, pueden oírse la voz interior de otra alma.  Si se perseverase en un ejercicio de este género, el sonido se convertiría para él en el mejor agente para percibir el alma y el espíritu.  Para ello es preciso sin duda un gran dominio de sí mismo, y se termina siendo conducido a un fin elevado.  Sobre todo, cuando este ejercicio se lleva a cabo, alcanzan a escuchar a la naturaleza mediante el arte de escuchar, un nuevo sentido del oído se despierta: se vuelve uno capaz de captar informaciones que emanan del mundo espiritual y que no logran expresarse a través de los sonidos exteriores, perceptibles por el oído físico.  Entonces se oye “el verbo interior” y se revelan a uno progresivamente verdades de origen espiritual.  Se escucha “en espíritu” *.2
   Todas las más altas verdades  son accesibles a este “verbo interior”; es de esta manera como se puede llegar a tener conciencia de las enseñanzas que se pueden recoger de todo verdadero investigador.
   Esto no quiere decir que sea inútil entregarse al estudio de obras concernientes a la ciencia oculta antes de haber logrado percibir este lenguaje interior.  Por el contrario, leyendo estos escritos, escuchando la enseñanza de los Maestros, se prepara uno para acoger en sí mismo el conocimiento.
   Todo elemento de ciencia oculta que se oye está hecho para dirigir hacia el objetivo, hacia la meta, una meta que se alcanzará si el alma hace verdaderos progresos.
   A todo lo que llevamos dicho debe pues añadirse lo más pronto posible el estudio celoso de la ciencia comunicada por los ocultistas.  En todo entrenamiento, este estudio forma parte de la preparación; y se haría muy bien en emplear todos los demás medios, pues no se lograría nada si no se lograra asimilar las enseñanzas ocultas.  Porque ellas proceden del “verbo interior” viviente, ya que ellos vienen impulsados hacia las fuentes vivas de la revelación directa; por todo esto, digo, ellos poseen en efecto una vida espiritual.
   Y éstas no son simples palabras, sin fuerzas de vida.  Mientras que se sigan las palabras de un Iniciado, mientras que se lea  un libro inspirado en una verdadera experiencia interior, una serie de fuerzas actuaran en cada uno, las cuales pueden hacernos clarividentes con tanta seguridad como las fuerzas de la naturaleza física han sacado de la substancia viviente los ojos y los oídos.

*-1     Es necesario hacer notar que la sensibilidad artística, si va unida a una naturaleza meditativa y concentrada, es la mejor condición para el desarrollo de las facultades espirituales.  La sensibilidad artística tiene, en efecto, el poder de penetrar bajo las apariencias para descubrir el misterio de las cosas.

*-2   Sólo se puede oír la voz de los Seres superiores de los que habla la ciencia de lo oculto si se ha vuelto uno capaz de escuchar así, desde el interior, en medio de un total silencio, sin la menor ráfaga de opinión personal, lo que se dice delante de nosotros.  Estos seres del mundo espiritual se callan también durante tanto tiempo como se logra proyectar todavía sobre todos los sonidos que se oyen, la reacción de los sentimientos personales.    

sábado, 20 de noviembre de 2010

La iniciación - LOS GRADOS DE INICIACION






   
Las consideraciones que vamos a hacer a continuación constituyen los elementos de una disciplina espiritual cuyo nombre y naturaleza se presentarán claramente a todos aquellos que sepan aplicarlos como es debido.
   Se relacionan con los tres grados que la escuela de la vida espiritual hace franquear para llevar a un cierto nivel de iniciación.  Naturalmente, aquí sólo se encontrará lo que puede ser expuesto al público.
   Se trata de indicaciones que han sido extraídas de un aprendizaje íntimo, mucho más profundo.  El propio entrenamiento de lo oculto hace pasar por una formación muy precisa.  Determinados ejercicios tienen por finalidad poner el alma del discípulo conscientemente en relación con el mundo espiritual.  Estos ejercicios se relacionan con el contenido de este libro casi como la enseñanza de una escuela superior, cuyo reglamento es muy severo, se relaciona con los conocimientos elementales impartidos ocasionalmente en una escuela preparatoria.  Y sin embargo, si se ponen en práctica con conciencia y perseverancia las indicaciones que aquí se encontrarán, el resultado será que se desembocará en una auténtica formación oculta, mientras que un intento prematuro, emprendido sin poseer estas cualidades de conciencia y perseverancia, no daría lugar al menor resultado apreciable.
   El trabajo oculto no puede tener éxito más que si se tienen en cuenta las condiciones descritas más arriba y se continúa avanzando según estas premisas.
   Los grados establecidos por la tradición a la que nos hemos referido son los tres siguientes:

1- La preparación.
2- La iluminación.
3- La iniciación.

   No es absolutamente necesario que estos tres grados se sigan en un orden riguroso; no hace falta que el primero sea franqueado enteramente antes que el segundo, y éste antes que el tercero.  En ciertos aspectos, se puede participar ya en la iluminación, inclusive parcialmente en la iniciación, mientras que en otros se encuentre uno todavía en la etapa de la preparación.  Sin embargo, es necesario haber consagrado un cierto tiempo a la preparación antes de que pueda apuntar siquiera una iluminación.  Y esta iluminación debe haberse producido por lo menos sobre ciertos puntos si se quiere abordar la iniciación.  Pero, para simplificar la descripción, describiremos aquí los tres grados, uno a continuación del otro.

La preparación.

   La preparación consiste en un entrenamiento muy particular de la vida de los sentimientos y de los pensamientos.  Este entrenamiento dota al “cuerpo” del alma y al “cuerpo” del espíritu de instrumentos, es decir, de sentidos y de órganos de actividad de naturaleza superior, de la misma manera que las fuerzas de la naturaleza extraen de la materia viva indiferenciada los órganos de los que está provisto el cuerpo físico.
   Para comenzar, hay que dirigir la atención hacia ciertos fenómenos del mundo que nos rodea.  Estos fenómenos son, de una parte, los de la vida en estado de germinación, de crecimiento y de expansión; de otra parte, los que presentan una vida que se marchita, se mustia, languidece.  Por todas partes por donde se mire aparecen semejantes fenómenos.  Por todas partes despiertan naturalmente sentimientos y pensamientos.  Pero, en las circunstancias ordinarias, el hombre no se entrega suficientemente a estos sentimientos y a estos pensamientos; experimenta con demasiado apremio la necesidad de pasar de una sensación a otra.  Ahora bien, se trata ahora de dirigir su atención sobre estos fenómenos con intensidad y con plena conciencia.  Allí donde encuentra el crecimiento y la floración bajo una forma bien caracterizada, el hombre debe desterrar de su alma toda impresión extraña y, durante algunos instantes, abandonarse exclusivamente a esta sensación única.  Pronto constatará que un sentimiento que en otras circunstancias, anteriormente, no habría hecho más que atravesar su alma, crece dentro de él y adopta una forma poderosa y segura; que él deja ahora vibrar en sí con la calma requerida el eco de este sentimiento y que logre que se instale en su alma un silencio perfecto; que se aísle del resto del mundo para seguir únicamente los que brotan en él como respuesta al fenómeno del crecimiento y de la expansión.
   Pero que sobre todo no crea que el progreso consiste en embotar sus sentidos respecto al mundo.  Por el contrario, antes que nada debe observar con toda intensidad y tanta exactitud como sea posible el objeto exterior.  A continuación, sólo que se entregue a los sentimientos así despiertos, a los nuevos pensamientos que ascienden a su alma.  El objeto del ejercicio es concentrar la atención simultáneamente sobre las dos cosas: el fenómeno exterior y su eco interior, y esto en un perfecto equilibrio de fuerzas.  Si se encuentran la calma necesaria y con el tiempo, se abandona a los movimientos suscitados de esta forma en el alma, se tendrá la experiencia siguiente: se verá germinar en sí todo un nuevo orden de sentimientos y de pensamientos que nunca, antes, se había conocido.  Cuanto más se dirija la atención, tanto sobre las cosas que se marchitan, languidecen y mueren, más también estos sentimientos adquirirán vitalidad.  Gracias a estos sentimientos y a estos pensamientos se edificarán los órganos de la clarividencia, al igual que los oídos y los ojos del cuerpo físico se construyen, bajo la acción de las fuerzas de la naturaleza, con la sustancia que deviene materia viviente.  Sentimientos de una forma completamente particular van unidos al crecimiento y al devenir; otros sentimientos no menos precisos van unidos al decrecimiento y al ajamiento, pero sólo cuando el cultivo de estos sentimientos se ha procurado de la manera descrita.
   Es posible ofrecer una descripción aproximada de ellos.  Cualquiera puede hacerse personalmente una representación completa de cómo son, si ha pasado por estas experiencias.  Si usted ha aplicado a menudo su atención a los fenómenos del devenir, de la expansión, de la floración, experimentará algo que presenta analogías lejanas con la impresión que produce una salida del sol.  Y, a la vista de lo que se marchita, languidece y se mustia, se experimentará un sentimiento que recuerda el lento ascenso de la luna por encima del horizonte.  Estos dos sentimientos son dos fuerzas que, mediante un entrenamiento apropiado, mediante una práctica cada vez más viva, conducen a resultados espirituales de la mayor importancia.
   El que se entrega a este entrenamiento con perseverancia, regularidad y método, ve abrirse ante él un mundo nuevo: el mundo psíquico, lo que se llama el mundo astral, comienza a levantarse, a iluminarse como una aurora.  El crecimiento y el decrecimiento no son ya para él, como anteriormente, unos hechos que le despiertan unas sensaciones vagas, sino realidades que se expresan en líneas y en figuras espirituales, cuya existencia no se había sospechado con anterioridad.  Además, estas líneas y estas figuras adquieren nuevos aspectos para cada nuevo fenómeno: una flor en el momento de abrirse hace surgir mágicamente una figura precisa, de la misma manera que un animal en vías de crecimiento, o un árbol que se está marchitando, tienen también su figura correspondiente.
   Poco a poco, el mundo psíquico (o astral) se despliega lentamente delante de él.  En estas líneas y estas figuras no hay nada de arbitrario.  Dos investigadores que se encuentren en el mismo grado de entrenamiento percibirán líneas y figuras idénticas para el mismo fenómeno.  Del mismo modo que, con toda certeza, dos hombres que estén dotados de una visión normal ven redonda una mesa redonda y no es posible que uno la vea redonda y el otro cuadrada; del mismo modo, digo, podemos estar seguros de que la misma figura espiritual se le aparece a dos almas que contemplan una flor que se abre.
   De la misma manera que la historia natural describe las formas de las plantas y los animales, un hombre versado en la ciencia de lo oculto describe o dibuja las formas espirituales de los seres en vías de crecimiento o de extinción.
   Cuando es estudiante ha llegado al punto de poder contemplar bajo su forma espiritual fenómenos igualmente perceptibles por sus ojos físicos, no está ya muy lejos de poder ver cosas que no tienen ninguna existencia física y que, por consiguiente, permanecen íntegramente escondidas (ocultas) para todo aquel que ignora la ciencia secreta.
   Es preciso insistir sobre un punto: el investigador no debe perderse en reflexionar respecto al significado de lo que ve.  Este trabajo intelectual no le serviría más que para apartarle del buen camino.  Lo que tiene que hacer es abrirse al mundo sensible sin prevención, con buen sentido, con penetración, y abandonarse después a sus propios sentimientos.  En cuanto a lo que significan las cosas no es a él a quien le toca deducirlo con sus especulaciones; que intente más bien comprender lo que le dicen estas cosas en su lenguaje *.
   Otro punto importante es el que la ciencia secreta denomina orientación en los mundos superiores.  A ella se accede penetrándose enteramente de la conciencia de que los sentimientos y los pensamientos son hechos reales, con el mismo derecho que las sillas, las mesas u otros objetos lo son en el mundo físico.  En el mundo de las almas y en el mundo de las ideas se produce una reciprocidad de acciones y de reacciones como en el mundo sensible se producen entre las cosas físicas.   Mientras no se esté completamente penetrado de esta convicción no se podrá creer que un pensamiento erróneo puede hacer tanto mal a los otros pensamientos que animan el espacio mental como el disparo de luna bala a ciegas sobre los objetos físicos que alcance con su impacto.  Muchas personas que quizá no podrían jamás llevar a cabo una acción que consideren como contrarias a la razón, no verán ningún mal en alimentar pensamientos o sentimientos falsos que creen que no tienen ningún efecto sobre el resto del mundo.  Sin embargo, no se progresará en la ciencia oculta si no se vigilan los propios pensamientos y sentimientos con tanta atención como en el mundo físico se tiene cuidado de dónde se pone el pie.  Si usted ve un muro, con seguridad que no intentará avanzar a su través, sino que lo rodeará, dirigiendo sus pasos según las leyes que rigen el mundo físico

lunes, 8 de noviembre de 2010

La iniciación - LA CALMA INTERIOR





   Practicar el sendero de la devoción, desarrollar la vida interior, tales son las primeras indicaciones que se deben dar al debutante.  Pero la ciencia espiritual provee además reglas prácticas cuya observación permite el acceso al sendero y la intensificación de la vida interior.
   Estas reglas no han sido concebidas arbitrariamente.  Reposan sobre una experiencia y un saber de los más antiguos y son dadas además por todas partes por donde se indica el camino hacia el conocimiento superior.  Todos los verdaderos instructores de la vida espiritual están de acuerdo sobre el contenido de estas reglas, inclusive si no las enuncian siempre en los mismos términos.   Por otra parte, las diferencias no son más que aparentes, y provienen de causas que no es el caso comentar aquí.
   Ningún maestro de la vida espiritual intentará ejercer, mediante reglas, un dominio sobre sus semejantes, ni estorbarles en su independencia, porque nadie sabe mejor que un Maestro de la vida espiritual estimar y defender la autonomía personal.
   Se ha dicho que el lazo que une a todos los iniciados es un lazo de naturaleza espiritual y que dos leyes conformes a la naturaleza de la cosa anudan entre sí los cabos de este lazo.  Ahora bien, si un iniciado se sale de su dominio puramente espiritual para entrar en la vida pública, hay una tercera ley que se impone a él inmediatamente: “Haz de manera que ninguno de tus actos, que ninguna palabra pueda atentar al libre arbitrio de nadie”.
   Un verdadero maestro de la vida espiritual está bien penetrado de este espíritu.  Cuando, a través de él, se ha adquirido la convicción de que así deben ser las cosas, uno se da cuenta igualmente de que no se perderá nada de la propia independencia siguiendo las reglas prácticas indicadas por él.
   He aquí cómo una de las primeras reglas prácticas puede revestirse del ropaje de la lengua de las palabras “Asegúrate la posibilidad de gozar de momentos de calma interior y sácales provecho para aprender a distinguir lo esencial de lo accesorio”.  Es así, repetimos, como se puede expresar, mediante el lenguaje, esta regla práctica.  Bajo su forma original, todas las reglas y lecciones de la ciencia espiritual son dadas mediante un lenguaje de signos y de símbolos, no mediante un lenguaje de palabras.  Para comprender el sentido y el alcance de esos signos y esos símbolos, para alcanzar toda su inteligencia, es preciso haber dado ya los primeros pasos en la ciencia oculta.  Ahora bien, estos primeros pasos pueden ser cumplidos si se observan con exactitud estas reglas bajo la forma en que son expresadas aquí.  El camino está abierto a todo hombre que esté firmemente resuelto a transitar por él.
   La regla que ha sido enunciada más arriba, concerniente a los momentos de calma interior es muy simple, y también es sencilla su observancia.  Pero no tendrá ninguna eficacia si no se aplica con un rigor que sea tan grande como su sencillez.   Por el contrario, quien busque de forma exacta, justa, estos instantes de aislamiento, advertirá pronto que sólo ellos le procuran toda la fuerza necesaria para poder llevar a cabo con bien su tarea cotidiana.  Y tampoco hay por qué creer que la observación de esta regla nos tiene que llevar forzosamente a sacrificar parte de tiempo que necesitamos para cumplir con nuestros deberes; porque, si verdaderamente no se dispusiera más que de cinco minutos por día, ellos ya serían suficientes.  Todo depende de cómo se empleen esos cinco minutos.
   Durante este tiempo, eso sí, es preciso abstraerse por completo de la vida que uno lleva diariamente.  El movimiento de los pensamientos y los sentimientos deben tomar un matiz completamente diferente.  Entonces se pasa revista ante la propia alma de todas las alegrías, todos los dolores, preocupaciones, experiencias y actividades....Y para poder hacerlo, es preciso acceder a un punto de vista que le eleve a uno por encima del nivel en que todas esas cosas— alegrías, dolores, preocupaciones, experiencias y actividades— se experimentan habitualmente.  Piénsese sólo en hasta qué punto las cosas de la vida ordinaria se las puede presentar distintas según sea usted u otra persona quien pasa por ellas.  Y no podría ser de otra manera, porque uno está comprometido con lo que siente, con lo que hace, mientras que lo que hace o experimenta otra persona únicamente se observa.
   Ahora bien, en los momentos de aislamiento deberá uno esforzarse en encarar y juzgar los acontecimientos de la propia vida y las propias acciones como si no nos concernieran, como si fueran de otro.  Imaginemos que alguien ha recibido un terrible golpe del destino, ¿no es cierto que se ve de una forma completamente diferente que cuando un golpe del mismo tipo le ocurre a alguien del círculo más intimo?.  Nadie podría considerar injustificada una conducta semejante.  Es algo que pertenece a la naturaleza humana.  Y esto lo mismo si se trata de casos excepcionales que si se trata de circunstancias ordinarias de la existencia.  El discípulo debe intentar poseer la fuerza necesaria para saber situarse en determinados momentos frente a sí mismo como se situaría delante de un extraño.  Debe considerarse con la serenidad de un juez.  Si lo consigue, todas sus experiencias personales se le presentarán bajo una nueva luz.  Mientras que estuviese prendido en sus redes, le sería imposible distinguir lo esencial de lo que no lo es.  En cuanto se posee la calma interior que permite observar las cosas con distanciamiento y objetividad, lo esencial se presenta separado de lo accesorio.  Preocupaciones y alegrías, pensamientos, sucesos, decisiones toman un aspecto completamente distinto para quién los contempla desde afuera.
   Es como si, después de haber caminado durante toda una jornada a través de una comarca, observando igual de cerca las cosas pequeñas que las grandes, se subiera al final de la tarde a una prominencia del terreno desde la que se pudiera observar de un solo vistazo todo el panorama.  Las relaciones entre tales o cuales puntos del paisaje adquieren entonces unas proporciones completamente distintas.  Una mirada tan amplia, tan libre de prejuicios, no se puede obtener respecto a circunstancias del destino en las que se está personalmente inmerso, cosa que, por otra parte, no es absolutamente necesaria.  Pero si es preciso tenerla de esa índole respecto a los acontecimientos pasados.
   Lo que otorga su valor a la calma de la mirada interior que se lleva sobre uno mismo tiene por otra parte menos que ver con lo que se observa que con la fuerza que es preciso ejercer para hacer que dentro de uno mismo reine esa serenidad.
   Porque todo ser humano porta en sí, junto a su personalidad de “todos los días”, una naturaleza superior.  Este hombre superior sólo se manifiesta cuando se le logra despertar.  Cada uno le puede despertar, pero él solo.     Mientras que este hombre superior permanece dormido, todas las posibilidades de adquirir conocimientos suprasensibles duermen con él.
   Por mucho tiempo que haga que no se hayan experimentado los frutos de la calma interior, hay que perseverar en la observancia de esta regla.  Y cuanto más tiempo haga, con más intensidad.  Para quien persevere de este modo, llegará el día en que le penetre la luz espiritual, en que un ojo cuya presencia en uno se ignoraba verá abrirse ante sí un mundo completamente nuevo.
   El investigador que comienza a seguir esta regla no tiene porque llevar a cabo ningún cambio en su vida exterior.  Se ocupa de sus obligaciones como antes, sufre las mismas penas, experimenta las mismas alegrías.  De ninguna manera se puede convertir en un extraño para la vida.  Por el contrario, más bien puede tomar parte en ella, durante el resto de la jornada, con tanta mayor intensidad cuanto que en esos momentos privilegiados él se entrega a una vida superior.  Esta va influyendo poco a poco en la vida corriente.  La serenidad de estos instantes excepcionales se extiende sobre el conjunto de la existencia.  El ser entero se hace más apacible, adquiere seguridad en todas sus acciones y no se deja desanimar por las contrariedades.  Quien se compromete en esta vía, va sabiendo progresivamente cada vez mejor guiarse a sí mismo y, en consecuencia, cada vez también depende menos de las contingencias y las circunstancias exteriores.  Muy pronto descubre hasta qué punto estos momentos privilegiados se convierten en un manantial de fuerza.  Todo aquello que antes hacia montar en cólera, ya no le produce la menor irritación.  Numerosos detalles que con anterioridad le aterrorizaban, ahora ya no le causan temor.  Concibe las cosas de la vida desde un ángulo completamente nuevo.  Antes, no emprendía determinadas tareas sin una secreta aprehensión.  Se decía a sí mismo: “Nunca seré capaz de hacer esto como desearía hacerlo”.  Ahora, un pensamiento semejante ya no se le pasa por la mente; por el contrario, se dice: “Quiero hacer acopio de todas mis fuerzas para llevar a cabo mi tarea tan bien como sea posible”.  Reprime las dudas que en otro tiempo le debilitaban.  Y es que, efectivamente, ahora sabe que el solo temor de no estar a la altura de las circunstancias le paralizaba; en el mejor de los casos, no ejercía precisamente una buena influencia sobre su actividad.  De este modo, uno detrás de otro, pensamientos fecundos y estimulantes penetran su vida y la idea que él se hace de ella.  Estos pensamientos positivos ocupan el lugar que antes ocupaban los que le paralizaban.  Y la persona comienza a saber dirigir su barca de una manera segura, en lugar de dejarla ir a la deriva, a merced del empuje de las olas.
   El efecto de esta calma segura y tranquila repercute sobre la totalidad del ser.  El hombre interior crece y, al propio tiempo maduran esas facultades del alma que conducen a los más altos conocimientos.  Porque los progresos que va consiguiendo en esa dirección permiten al investigador ir determinando progresivamente por sí mismo en qué medida las impresiones del mundo exterior deben actuar sobre él.
   Por ejemplo, alguien le dice unas palabras con intención de herirle, de molestarle, de irritarle; y no cabe duda de que sí le hubiese dicho lo mismo antes de haber seguido una disciplina interior, se habría sentido herido, molesto o irritado.  Pero desde que sigue el sendero del ocultismo, se encuentra en disposición de desproveer a esas palabras de su matiz hiriente, molesto o irritante, antes aún de que haya encontrado el camino para llegar al fondo de su alma.
   Y todavía otro ejemplo; una persona se impacienta con facilidad cuando tiene que esperar.  Pero he aquí que comienza su aprendizaje interior.  Entonces empieza a darse cuenta de la inutilidad de sus enervamientos, y esta idea se le impone con tal fuerza en los momentos de calma, que ante un hecho concreto que normalmente le produciría impaciencia, se le hace presente.  En consecuencia, el enervamiento que comenzaba a despuntar se extingue y aquellos minutos que en otras circunstancias hubiese pasado estúpidamente rumiando los motivos de su nerviosismo, los puede usar provechosamente en otro tipo de observaciones o pensamientos fructíferos.
   Reflexionad sobre  el alcance de todo cuanto acabamos de decir.  Pensad que el hombre superior está en constante evolución en el interior de vosotros.  Pero únicamente la calma y la seguridad tal y como han sido descritas en las páginas anteriores aseguran su normal evolución.  Los avatares de la vida exterior llegarían a perturbar el alma por todos sus costados, si el individuo, en lugar de regular esta vida y dominarla, se dejase gobernar por ella.  Es lo mismo que esas plantas que deben pujar por entre los intersticios de unas rocas.  Ellas se debilitan hasta que logran una salida al aire libre.  Para el ser interior, ninguna fuerza exterior puede propiciar esa liberación; únicamente la calma interior puede proporcionarla.  Las condiciones exteriores únicamente pueden modificar la forma de vida externa, pero jamás podrían despertar al hombre espiritual.  El estudiante de ocultismo debe engendrar en sí al hombre nuevo por medio de su actividad interna.
   Una vez nacido, el hombre superior toma en sus manos el timón y dirige con seguridad e comportamiento del ser exterior.  Cuando era éste el que gobernaba la barca, el hombre interior era su esclavo y, evidentemente, no podía expandir sus fuerzas; porque, mientras que una intervención externa pueda irritarme, no puedo decir que yo sea dueño de mí mismo o, por mejor decir, no se puede decir que haya logrado mi propio dominio.  Debo desarrollar la facultad de no dejarme impresionar por el mundo exterior más que dentro de los límites que yo mismo haya fijado.  Solamente entonces podré convertirme en un discípulo.
   El discípulo no puede alcanzar su meta más que si busca conscientemente esta fuerza.  Y lo esencial no es que alcance su objetivo en un tiempo determinado, sino sólo que tienda hacia él con perseverancia.  Son muchos los que han luchado y perseverado durante años sin notar en sí ningún cambio apreciable; pero los que no han desesperado, los que no se han dejado perturbar, se han encontrado en un determinado momento, de golpe, conque habían logrado la victoria interior.
   Ciertamente, es necesaria una gran energía para crear, en determinadas situaciones, algunos instantes de calma interior.  Pero cuanto mayor es la fuerza que se necesita, más importante es también el resultado que se obtiene.  En este terreno, todo depende de la siguiente condición; saber situarse enérgicamente frente a sí mismo como un extraño, para observar el propio comportamiento en su conjunto, con entera buena fe y con plena lucidez.
   Mediante la descripción de nacimiento del propio ser superior no se ha descrito sin embargo más que un aspecto de la actividad interior.  Es necesario añadir todavía otra cosa.  Cuando uno se sitúa frente a sí mismo como frente a un extraño, no se considera todavía más que a sí mismo.  Se vuelve a ver lo que se ha vivido y realizado, el medio en el que uno se ha comprometido.  Es completamente necesario elevarse hacia una esfera globalmente humana que no dependa ya de una posición personal.  Es preciso alcanzar el nivel de lo que le concierne a uno como ser humano en general, como si se llevase otra existencia distinta en condiciones completamente diferentes.  Es así como llega a emerger una visión de las cosas que sobrepasa el elemento personal.  El investigador dirige así sus miradas hacia mundos superiores a aquéllos en los que se desarrolla su vida cotidiana.  Comienza a tener entonces la experiencia de pertenecer a estos mundos.  Ciertamente, ni sus sentidos, si sus contactos ordinarios le enseñan nada al respecto.  En adelante, es en su vida interior donde coloca su centro de gravedad.  Escucha entonces las voces que le hablan en los momentos de calma y cultiva en sí las relaciones con el mundo espiritual.  Se abstrae del medio exterior, cuyo ruido ya no le alcanza.   Todo se torna silencioso a su alrededor.  Aparta de si los pensamientos que le recordarían las impresiones exteriores.  En sus adentros, se colma de esta “apacible contemplación interior”, de este diálogo con las realidades del espíritu.
   Una tal contemplación silenciosa debe convertirse en algo natural, en una necesidad vital para el investigador.  Al principio, se encuentra enteramente sumergido en un mundo de pensamientos.  A continuación debe experimentar, mediante este tranquilo movimiento de los pensamientos, un vivo sentimiento.  Debe aprender a amar lo que el espíritu derrama dentro de él.  Pronto deja de experimentar este mundo de los pensamientos como algo menos real que las cosas que le rodean en la vida; comienza a hacer caminar sus pensamientos como manejaría objetos en el espacio.  Se aproxima el momento en que las verdades que se le revelan mediante este trabajo interior apacible de los pensamientos se le van a presentar bajo un aspecto mas real que el de los objetos materiales.  Siente que una vida se expresa en este mundo de las ideas.  Las ideas no son sombras, reflejo, sino que sirven para la expresión de entidades ocultas.  Ellas comienzan a hablarle en medio del silencio.  Con anterioridad, los sonidos no le llegaban más que desde el exterior, a través de los oídos; ahora resuenan dentro de su alma, un lenguaje interior— un verbo interior— se abre a él.  Cuando vive por primera vez uno de tales momentos, se siente colmado de alegría.  Sobre todo cuanto le rodea se expande la luz interior.  Comienza, puede decirse, una segunda existencia.  Un torrente de fuerzas divinas, de felicidad divina, le inunda.  Solamente un ser que posea ojos y oídos puede percibir colores y sonidos.  Y todavía el ojo no puede discernir nada si falta la luz que hace que las cosas sean visibles.  La ciencia espiritual proporciona los medios necesarios para desarrollar oídos y ojos interiores, hacer surgir la luz del espíritu.
   Estos medios de la disciplina interior comportan tres etapas: 1º. LA PREPARACIÓN, que desarrolla el sentido interior, 2º. LA ILUMINACIÓN, que hace brotar la luz espiritual; 3º. LA INICIACIÓN, que establece el contacto con las altas realidades del espíritu.   

lunes, 1 de noviembre de 2010

La iniciación - LA VIDA INTERIOR

 




   Lo que debe ser obtenido por medio de la devoción, se hace todavía más eficaz cuando se añade a ello otro tipo de sentimiento que consiste en lo siguiente: se aprende a entregarse cada vez menos a las impresiones del mundo exterior y a desarrollar a cambio una vida interior más intensa.  El hombre que busca sin cesar sensaciones nuevas y corre de la una a la otra, que no busca otra cosa que distraerse, sería incapaz de encontrar el camino de la ciencia espiritual.  Por el hecho de serlo, el discípulo no debe hacerse menos sensible con respecto al mundo exterior; pero su vida interior debe ser lo bastante rica para dictarle la manera justa de entregarse a las sensaciones exteriores.
   El hombre cuyos sentimientos son intensos y profundos experimenta, ante un bello paisaje de montañas, por ejemplo, algo que no es capaz de experimentar otro con sentimientos más pobres.  Unicamente lo que pasa en el interior de nosotros mismos puede suministrarnos la llave de las bellezas de este mundo.  Mientras que a unos seres un viaje por mar les deja absolutamente indiferentes, a otros les revela el lenguaje eterno del espíritu del universo; los misterios de la creación se revelan entonces para ellos.  Es preciso aprender a acercarse al mundo exterior con sentimientos e ideas dotados de una vida personal intensa, si de verdad se quiere desarrollar una relación real con él.  En todos sus fenómenos, este mundo está lleno del esplendor divino; pero es preciso haber hecho, en el interior de la propia alma, la experiencia de lo divino para ser capaces de encontrarlo en todo cuanto nos rodea.
   Por todo esto, es muy recomendable procurarse momentos de silencio y de soledad que nos permitan sumergirnos en el interior de nosotros mismos.  Pero no se debe uno poner entonces, sin embargo, a la escucha del propio yo.  El efecto sería completamente el opuesto del que se debería obtener.  En estos momentos de silencio, se debe por el contrario dejar resonar en sí el eco de lo que el mundo exterior nos ha comunicado.  Cualquier flor, cualquier animal, cualquier acontecimiento nos va a descubrir, en medio de esta soledad y este silencio, secretos insospechados.  De este modo se prepara uno, se pone en disposición de llevar adelante nuevas impresiones del mundo exterior con ojos distintos, con mirada diferente a la que antes se tenía.  Si no se busca otra cosa que gozar de las impresiones, uno oculta a la otra y se termina perdiendo la facultad de comprender.  En cambio, cuando se sabe extraer la lección de lo que el gozo puede revelar, se ejerce y, en consecuencia, se eleva el propio poder del conocimiento.
   El ejercicio no consiste solamente en prologar el eco del goce que se experimenta; es preciso inclusive renunciar a este goce para dejar que la actividad interior elabore libremente las sensaciones.  Y aquí se puede presentar un verdadero escollo, un auténtico peligro: en lugar de trabajar sobre sí mismo, se puede fácilmente, por el contrario, distraerse y permanecer en el intento de prolongar el disfrute de un gozo que en realidad ya ha pasado.  No hay que subestimar esta posibilidad porque de ello pueden surgir infinitos errores.  Es necesario continuar por el propio camino, a pesar de todo el cúmulo de tentaciones que pueda asaltar al investigador; tentaciones que tenderían a endurecer él yo y al encerrarlo sobre sí mismo.  Y lo saludable es lo contrario: que se abra a todo lo que le llega de fuera.
   Debe, ciertamente, buscar el gozo, porque es a su través como el mundo exterior viene a situarse delante de él, y si se cierra a sus incitaciones se convierte en algo semejante a una planta que no tiene fuerza para extraer de la tierra las savias nutritivas.  Pero, por otra parte, si se detiene en el solo goce, se confina en sí mismo.  A partir de entonces, no significará ya nada para el universo y no tendrá importancia más que para sí mismo.  A quien continúe confinándose de este modo en sí mismo, a quien se limite a consagrar todos sus cuidados al propio yo, el universo lo repudiará; de él puede decirse que está muerto para el universo.  El investigador no considera el gozo más que como un medio, como una manera de ennoblecerse para el universo.  El gozo le sirve de información, una información que le ilustra sobre el mundo.  Pero, una vez recibida la enseñanza, es preciso que uno mismo ponga manos a la obra por medio del gozo.  Si se aprende, no es para acumular tesoros dentro de uno mismo, sino para poner todo lo que se haya adquirido al servicio del mundo.
   Este es uno de los principales principios de la ciencia oculta; un principio que nadie tiene derecho a transgredir, sea cual sea el fin que pretenda alcanzar.  Debe imprimirse en el corazón de los neófitos de cualquier disciplina perteneciente al ocultismo.
   Se enuncia de la siguiente manera:
   Todo conocimiento que busques con el único fin de aumentar tu saber, de acumular tesoros en tu interior, se aparta de tu camino.  Y, por el contrario, todo conocimiento que busques para estar dispuesto a servir mejor al ennoblecimiento del hombre y a la evolución del universo, te hace adelantar un paso.
   Es ésta una ley que debe ser rigurosamente observada.  Y no se será un auténtico discípulo antes de haber hecho de ella el eje de la propia existencia.  Es ésta una verdad fundamental que se puede condensar en esta simple frase:
  

Toda idea que no se convierta para ti en un ideal mata una fuerza en tu alma; Toda idea que se convierte en un ideal crea en ti fuerzas de vida.